martes, noviembre 29, 2005

Mercados de carne

Entre los usos y costumbres de cualquier soltero, o tío sin novia de pro, las visitas nocturnas a los mercados de carne son un must, o algo de obligado y periódico cumplimiento.


Esta nomenclatura, “mercados de carne”, está totalmente aceptada y es de uso generalizado en el corredor atlántico vigués-coruñés del que yo provengo. Aún así, para aquellos a los que no les resulte familiar, simplemente decir que se refiere a esos lugares a visitar generalmente viernes o sábados noche, en muchas ocasiones con la sana intención (o ingenua esperanza) de no dormir solo.


Con la llegada de Jota, un buen amigo, coruñés de pro, a San Diego (SD), queda compensada la falta de mis mayores compañeras de juergas y festejos, las tantas nombradas veces en este blog Laura y Mandy, quien vuelve a casa este miércoles. Nuestro primer fin de semana, además de para ponernos al día de la actualidad a ambos lados del charco, visitas paisajísticas a colinas del extrarradio, intentos de navegación en la Bahía, turismo culinario e iniciación al golf, ha servido también para introducir a mi colega coruñés en las noches californianas de Downtown SD, algo digno de ver y, porqué no, experimentar. Con total seguridad, Jota coincidirá conmigo, después de no habernos quedado en casa una sola noche desde el jueves pasado, en que más allá de escuchar o leer historias sobre ello, hay que vivirlo en persona para llegar a entenderlo. Más aún, me atrevería a afirmar que sería imposible comprender los modos de la sociedad yankie sin estas vivencias o clases prácticas de antropo-sociología.


Con casi 27 años, la mayoría de los cuales desde que tengo “edad de merecer” siendo un tío sin novia, puedo decir sin vergüenza que he paseado mis virtudes y defectos con nocturnidad, predemitación y alevosía por innumerables mercados de carne, en diferentes países y con compañías de lo más diverso. Mientras algunas cosas cambian al cruzar fronteras, no necesariamente entre distintas naciones sino también entre ciudades cercanas, otras se mantienen invariables sea cual sea el idioma de los habitantes nocturnos. Al respecto de Yankilandia, o al menos en lo que a SD se refiere, muchos y muchas de los seguidores de este blog os habréis quedado con la equivocada idea de que todos estos lugares son como Rosarito, pero como ya he intentado explicar en más de una ocasión, no son para tanto, aunque tampoco están mal.


Los clubes del centro, Downtown, en la finest city of America, podrían ser fácilmente clasificados con respecto a su nivel de mercadeo fijándose en la cuantía del cover, o precio de la entrada sin derecho a consumición. A mayor número de bucks a desembolsar, mayores posibilidades de encontrar una compañera para practicar bailes yankies al son del hip-hop o R&B de turno, los ganadores hablando de los estilos musicales preferidos por aquí. No hace falta mencionar que Jota y yo, bien acompañados por Judith, Yoko y/o Mandy, no hemos bajado de los 10-20 dólares de fee, excluyendo la visita curiosa al garito alternativo al lado de Newport Place el jueves pasado, nada más bajar del avión. Por suerte, mis tres meses viviendo la noche también han sido útiles para ahorrarnos el pagar alguna entrada y no perjudicar tanto nuestro limitado presupuesto.


Creo que ya estoy tan acostumbrado a los bailes y rozamientos californianos que casi nada me resulta demasiado chocante, aunque el pasado sábado nuestros ojos no daban crédito ante la técnica de danza, por llamar de algún modo a las piernas de ella sobre los hombros de él, de una pareja recién creada en medio de la dancefloor. En España se hubieran ganado el que alguien les pagase el motel tras los primeros 10 minutos. Cuando vuelva al clubbing vigués-coruñés tendré que contenerme para no seguir la dinámica nocturna californiana. Bailar nunca ha sido lo mío, pero con los años he conseguido pasar de hacerlo horriblemente mal a pasar simplemente desapercibido, o ser uno más sobre la pista. Si no dejaba de moverme cuando mis amigos o amigas me miraban con “asombro” hace 10 años, no voy a dejar de hacerlo ahora. Y si es bien acompañado, mejor que mejor. Jota tampoco era un gran bailarín en Coruña, sino más bien de los que intenta no moverse mucho para cumplir el trámite, pero tengo la impresión de que el estilo de las americanas ha servido para acabar de animarlo a probar...


La técnica de aproximación en la pista podría ser materia de estudio en los documentales de naturaleza salvaje del Discovery Channel, o en una adaptación de aquellos de Félix Rodríguez de la Fuente [wikipedia] en “Fauna Ibérica”, cambiando el nombre por “Fauna de la Baja California”. Seguro que recordáis su tono de voz: “... el macho inicia el ritual de apareamiento acercándose sigilosamente a la hembra para sorprenderla por detrás...” Aunque las tías también practican esta técnica para acercarse y bailar, normalmente son ellos quienes inician el juego: se acercan por la espalda, pasan las manos por su cintura y empiezan a rozarse (o frotarse, como dice mi amigo). Si la chica está receptiva, le dedica una rápida mirada a su candidato y sonríe. Como a mí esta absoluta carencia de comunicación verbal y manera de aproximarse me recuerda a los perros del parque oliéndose el culo y moviendo el rabito, acostumbro a preguntar primero, en correcto inglés, tras lo cual recibo una negativa o una sonrisa de una chica que, por supuesto, me dará la espalda para iniciar el ritual. Es medianamente complicado explicarlo con palabras, pero con seguridad podréis imaginar más o menos cómo funciona... Como también he dicho ya en alguna ocasión, bailar de este modo tan "sexual" así no implica necesariamente que vaya a ocurrir nada más. Es simplemente una costumbre de la fauna del lugar, eso sí, de obligado cumplimiento si uno tiene la sana intención o ingenua esperanza de no dormir solo tras visitar alguno de los populares mercados de carne de Downtown SD.


No me extiendo más, porque alguno/a podría empezar a sufrir del corazón, y además tengo a Jota tirado en el sillón pidiendo la cena. En unos días nos iremos a visitar otras reservas naturales características de USA, como pudiera ser el hotel Tropicana y varios casinos de Las Vegas o el Gran Cañón. Espero poder escribir sobre ello no más allá del domingo o lunes que viene.


viernes, noviembre 25, 2005

No pesan los años

Ahora mismo, tras mi GMAT de ayer y las últimas semanas de estudio, seguramente podría redactar un buen artículo sobre sobre los libros, prácticas y tests adecuados para obtener una nota alta en ese examen, pero creo que os iba a interesar más bien poco, así que lo dejo para algún loco que me haga una petición explícita por email. Esta entrada de post-examen versará sobre algún otro suceso extraño de Yankilandia, relacionado indirectamente con mis semanas de estudio para el GMAT y Arguiñano.


Hace algo más de un año, tras pasar un verano extraño, decidí dejar definitivamente la práctica deportiva “profesional”, entiéndase, entrenar con algún equipo para jugar en alguna competición más seria que las changas de fines de semana con los amigos. Tras dos temporadas dedicadas a jugar al fútbol, nada menos que de lateral derecho estilo “perro de presa” o “corredor de fondo”, me cansé de jugar bajo la lluvia en campos de tierra y piedras que no permitían sacar a la luz toda mi “calidad” (ya se sabe que no es lo mismo tirarse a por el extremo rival en césped que en pedregales, en los primeros se duele el contrario y en los segundos las rodillas del menda) , y decidí volver a mi amado baloncesto, recuperando de alguna forma 10 años ya muy lejanos. La vuelta no fue precisamente exitosa, y ni siquiera conseguí hacerme con una ficha en el equipo escogido. Lo de entrenar sin jugar nunca ha sido lo mío, así que tras pasar ese verano extraño del que hablaba al principio del párrafo, seleccioné una práctica física de la que no pudieran excluirme ni exigiera levantarse temprano los domingos o dejarse, literalmente, la piel en el campo: me metí en un gimnasio.


Quisiera hablar de lo curioso de los gimnasios, o incluso de todos esos años jugando al basket y lo mucho que le debo, pero acabaría escribiendo un post todavía más interminable yéndome por unas ramas como estas mismas. El único motivo de citar el gimnasio, o mis meses en él sólo interrumpidos por las numerosas lesiones del último año (esto da para otro post todavía más largo e insufrible), es justificar cómo pasé de mis 70 (o menos) kilitos de siempre a los 75-76 de los que presumía antes de llegar a USA. Bueno, la consecuencia más visible de mis 3 meses en San Diego es que vuelvo a ser el tirillas delgaducho de siempre, con una fisonomía más parecido a corredor de 1.500 que a jugador de baloncesto. Tras cambiar el gimnasio por la biblioteca, adiós a mi “masa muscular” y hola de nuevo a mis bracitos de boxeadora del peso minimosca.


La semana pasada leía en LaVoz o ElFaro, lecturas obligadas y diarias para vencer mi morriña galega, sobre el alto índice de gente con sobrepeso y obesidad en Galicia, ya no sólo en gente mayor de 60 años, sino también en chavales menores de 17 y población de edad intermedia. No creo que nadie se extrañe, los galegos tenemos fama de buenos comedores, es decir, de comer como bestias. No en vano las bodas celebradas en La Terriña son probablemente donde más manjares se pueden llevar a casa los camamareros del banquete. Esta aparente contradicción se resuelve sabiendo que además de comer mucho nos gusta poner comida de más sobre la mesa. Al final, sobra, a pesar del “bandullo” a punto de explotar de todos los asistentes.


Por cierto, a ver quién es el primero o primera que me invita a una boda, a Schwarzie no se lo voy a pedir que últimamente se está portando con el tiempo, así que no os dejéis guiar por aquellos que dicen que como por tres, casaros ya e invitadme. Total, por mucho que yo coma, va a sobrar...


Arguiñano sólo hay uno. Tras aquel primer famoso programa de TV “Con las manos en la masa” de los 80-90, sin duda nuestro querido Carlos ha servido para que muchos de nosotros avánzasemos en el complicado arte de la cocina, además de la afición a la buena mesa, y no sólo a la gran mesa. Bea, la persona que primer me aconsejó sobre cómo preparar el examen de ayer miércoles, y a quien fue dirigido mi segundo email tras el examen, hace en todos sus correos una referencia a Arguiñano, seguramente para darme envidia y recodarme lo bien que se está en casita. Ella se dedica a la cocina mientras decide qué MBA cursar el año que viene. Yo, mientras tanto, tengo la solución para aproximadamente la mitad de la población obesa o con sobrepeso de Galicia. Nada de extrañas dietas, gimnasios, carreras por la playa y demás historias para no dormir. Es mucho más sencillo.


Antes de venirme a USA, con las estadísticas de más del 25% de yankies obesos en la mano, además de su fama de "comehamburguesas", parecía lógico pensar en volver a casa con unos rollizos flotadores o agarraderas laterales, pero la verdad es que la inmensa mayoría de mis amigos europeos han perdido peso, igual que yo.


Teniendo en cuenta la cantidad de dinero que se deja mucha gente en casa comprando productos milagrosos para perder peso, la frustración al no conseguirlo, la enorme cantidad de problemas basculares que acarrea y, por tanto, gasto para la Seguridad Social, etc., etc.; una solución razonablemente barata, y posiblemente beneficiosa para el Estado, sería enviar a todos los interesados en bajar kilos a estudiar (o cada uno que lo llame como quiera) a California. Ahora bien, esta solución solo sirve para los componentes del sexo masculino, porque la mayoría de amigas europeas han ganado peso en San Diego tras 3 meses. Eso sí, antes de enviar a todos esos tíos para aquí esperad a que yo me vuelva.

Si nos fiásemos de la encuesta de población realizada involuntariamente por mí estas semanas, escuchando los lamentos de mis amigas y los comentarios normalmente felices de mis amigos, podríamos creer que está científicamente demostrada la causa-consecuencia California-pérdida de peso en hombres-ganancia de celulitis en mujeres. Como nadie se lo explica, vamos a dejarlo como curiosidad de USA característica del sur de California. Yo, por mi parte, me contengo y no escribo mis teorías para intentar desentrañar el misterio.


Sobre la receta que ha servido escribir este post, qué puedo decir, mezclar el GMAT con Arguiñano y la pérdida de peso no podía generar nada bueno. Y ahora os dejo y me voy a comer una hamburguesa con ración extra de fries y refresco mediano, eso sí, diet...



viernes, noviembre 18, 2005

La extraña rutina

Después de casi tres meses en San Diego, tanto yo como muchos de mis amigos y amigas tenemos la sensación de que nos vamos "mañana". La realidad es que, al que más y al que menos le quedan todavía de 3 a 5 semanas en San Diego antes de volver a casa por Navidad, como el turrón. En mi caso, exactamente 4 semanas y dos días, sin contar el domingo 19/12, el cual pasaré sobrevolando USA de costa a costa y también parte del Atlántico.

Esta sensación es comprensible. El principal motivo es que en una estancia tan prolongada como esta, si la comparamos con cualquier viaje de 2-4 semanas de un turista típico, una extraña rutina se apodera del personal, convirtiendo la continua novedad en algo tan cotidiano como estar en casa. De algún modo, nos hemos acostumbrado al lugar, a la gente, al día a día... Y mirando al pasado reciente, nos parece que las semanas restantes son un plazo de tiempo ínfimo comparado con los meses que ya han pasado. De forma insconciente y errónea, asimilamos un plazo de 3-5 semanas a algo totalmente fugaz, a un par de días.

Si os identificáis con el "tipo medio", o al menos con la mayoría de mis amigos en España, coincideréis conmigo en lo siguiente: cuando uno vive en una ciudad durante un tiempo prolongado la considera su casa, y se comporta en ella como si fuera algo absolutamente corriente, sin nada de especial, sin molestarse en visitar y conocer todos esos lugares e historias que interesan a los típicos turistas o gente de paso. Todo esos lugares, monumentos, museos, etc. están tan al alcance de la mano, tan cerca, que no tiene ningún mérito ni sentido molestarse en pisarlos. Para qué? Están ahí, y lo seguirán estando dentro de 5, 10 o 100 años, podemos ir en cualquier momento, hay tiempo...

He vivido en Coruña durante 8-9 años. Mis visitas a lugares de paso obligado como La Torre de Hércules, el monte de San Pedro, el Museo del Hombre, el Planetarium, etc. se han debido casi de forma exclusiva a dos motivos:

- Uno, cualquier tarea cotidiana, como mis "paseos" por la ciudad mientras hacía prácticas o exámenes para el carné de conducir, entrenamientos con el equipo de fútbol en La Torre o en el parque de San Margarita, quedar en la plaza de María Pita para ir a tomar algo...

- Dos, alguna visita. De hecho, a algunos de mis visitantes les mostré gran parte de la ciudad llevándolos a cada uno de los lugares donde había suspendido el examen de conducir: mal-aparcando en el Castillo de San Antón, el ceda el paso que me salté en la rotonda de La Torre... La mayoría ya sabéis cuántas veces suspendí el práctico, así que no sigo para no quedar en evidencia antes los desconocidos... Era todo un guía turístico, eso sí.

La primera semana que pasé en Coruña, con 17 años, mis compañeros de piso y yo nos dedicamos a pasear y conocer un poco las calles en las que vivíamos. Después de esos primeros días, el hambre de conocimiento urbanístico se limitaba a lo estrictamente necesario, es decir: universidad, supermercados, pabellones deportivos, pubs, y casas de amigos en las que se celebrabasen fiestas. Cada uno de nosotros ordenaría estos sitios con distinta prioridad, pero no creo que ningún otro de los de aquel año echase ningún lugar en falta en esta breve lista.

De Vigo podría decir prácticamente lo mismo, con un agravante: soy vigués, mis amigos/as vigueses no venían a visitarme a Vigo, así que las visitas ex-profeso a los lugares que merecen ser visitados en la ciudad más populosa de Galicia se han limitado, hasta la fecha también casi de forma única, al turisteo veraniego de hace un par de años con mi novia coruñesa de aquel momento. Lógicamente, uno conoce "su" ciudad o, en este caso, sus dos ciudades, pero es más por una mera combinación de inercia más tiempo que por un interés consciente y explícito. Teóricamente, algunas de mis amigas alemanas en San Diego vendrán a visitarme en grupo en un par de meses o tres, lo cual aprovecharé para reconocer y revalorar mis ciudades galegas favoritas.

Con todo, toda esta pequeña historia es simplemente para ilustrar algo con lo que la mayoría de los moradores temporales en San Diego nos hemos visto sorprendidos:

Después de tres meses en esta ciudad del sur de California, hemos realizado más visitas ex-profeso en ciudades de fin de semana que en el propio San Diego. En mi caso, he visitado más monumentos, museos y sitios de paso obligado en tres días en San Francisco que aquí. Y sí, es cierto, al redactar una lista comparativa de San Diego con la de mi primer año coruñés sale casi lo mismo, cambiando "pubs" por "clubs" (sólo cambia el nombre, lo de dentro es muy similar) y "pabellones deportivos" por "playas" (las playas en Coruña están en la ciudad, y dejan bastante que desear).

Tras la primera semana, casi todos equiparamos esta ciudad con nuestro nuevo hogar, sirviendo de lugar de trabajo/estudio/fiesta (dependiendo del caso, una, dos o tres actividades al tiempo) para el día a día y "base de operaciones" para el turisteo y conocimento de lugares más o menos próximos, en los cuales sí practicamos el ocio de foto y aprendizaje urbanístico, histórico o artístico. Por poner un ejemplo, Christina, en sus tres semanas aquí, pudo conocer mucho mejor Las Vegas, Los Ángeles, San Francisco o el outlet mall en la frontera con México que el propio San Diego. La proporción de fotos tomadas en unos u otros lugares no deja lugar a dudas. Estaba de visita, pero la amiga que visitaba vivía aquí, y ella acabó siendo equiparada a cualquiera de los "cotidianos", a los de todos los días, los cuales consideramos este lugar nuestro hogar intemporal, perdiendo la perspectiva y desaprovechando la oportunidad de complementar el conocimiento de lo cotidiano con el marco genérico que forma todo aquello que merece ser visitado, fotografiado, visto, leído, etc.

La extraña rutina se apodera de nosotros y nos impide, en ocasiones, fijar la perspectiva correcta a la hora de valorar lugares y plazos de tiempo. A pesar de ello, yo sé perfectamente lo que significan 4 semanas y media: la primera, mi examen; la segunda, San Diego con Jota; la tercera, Los Ángeles y Las Vegas; y, la cuarta y última, despedirme de mis largas semivacaciones yankies y convencerme de volver a casa valorando correctamente, como se merece, todo aquello tildado, en muchas ocasiones de forma negativa, como cotidiano.

lunes, noviembre 14, 2005

Algo huele a podrido en Dinamarca

No, nos preocupéis, la entrada de hoy no será una disquisición sobre el clásico de Shakespeare. Yo no recuerdo si el libro con las obras de Hamlet y Macbeth está en la estantería de los libros a ser releídos o en la otra pared de mi habitación viguesa, aunque sí recuerdo haber releído parte del drama años después de mi clase de literatura mundial en 3º de B.U.P. Fue una de esas extrañas revisiones motivadas por una pregunta sin respuesta, en este caso debido a nuestro profesor de literatura de entonces.


Sebas, puedes decirle a tu padre que a día de hoy todavía no sé porqué en las obras de Shakespere los personajes femeninos siguen siendo representadas por hombres... Por cierto, no soy el único de aquella clase al que le pasa esto. En todo caso, para ciertas cosas, más vale tarde que nunca...


Por otro lado, el título de este post tampoco está motivado por mi viaje a Copenhague de hace unos cuantos años. En la semana escasa que estuve allí no sufrí ningún olor a podrido. La Sirenita, haberme quemado tomando el sol (increíble pero cierto) y las danesas permanecen en mi memoria, pero nada que ver con olores extraños.


Volviendo a Hamlet y a Dinamarca, el protagonista del monólogo más famoso de la historia de la literatura fingía su locura para poder desenmascarar al autor o autores de la conspiración para asesinar de su padre. Algo de conspiración tiene que haber también en lo que me volviendo loco en las últimas semanas, aunque no ha sido un fantasma el que se ha aparecido para advertirme.


Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Esos son todos los quarters que he conseguido almacenar sobre mi escritorio esta semana. No es mucho, teniendo en cuenta que poner la colada supone 7 monedas de 25 centavos y la secadora requiere otras 4. Estas monedas son, por este motivo, uno de los valores más preciados en Newport Place, así como las copas de cristal para las noches alrededor de la botella de vino. Como de costumbre, una vez que suba este post, mendigaré por los apartamentos en busca de cambio o un alma caritativa que me permita lavar la ropa. Por suerte, algunas alemanas son bastante más aplicadas que yo en la recolección y clasificación de las deseadas monedas tras cada una de sus compras en el supermercado y, posiblemente, se apiadarán de mí y mi carácter despistado y poco previsor.


En cuanto a la conspiración de la que hablaba, tengo varios posibles candidatos a conspiradores del año. Entre los principales sospechosos están mi querido Schwarzie, tal vez harto de mis peticiones y alusiones continuas en el blog al respecto del deficiente servicio de buen tiempo en el sur de California; y también una hipotética pérfida alianza entre los fabricantes de secadoras y los de calcetines. Quien quiera que sea, está empeñado en que vuelva a usar flip-flops (el tiempo en noviembre no es tan bueno como para ir en sandalias), o que salga a la calle con calcetines de diferente color (no se puede entrar en los clubs de esa guisa). Intentan, sin duda, volverme loco, congelar mis pies o impedir mis juergas nocturnas, tal vez todo a la vez, pero no lo conseguirán.


Señores conspiradores, quienes quiera que sean, quiero comunicarles mi firme propósito de llegar hasta el final, caiga quien caiga, en esta pesquisa de culpables. Si mis calcetines siguen desapareciendo, tras pasar por la secadora, con la frecuencia actual, me veré obligado a informar a la policía, al F.B.I. y e incluso a la C.I.A., cuyos componentes no solo usan “ejecutivos” sino también armas de fuego. Considero de una atroz maldad por su parte el separar mis parejas de calcetines, raptando tan solo uno de los componentes de cada par cada vez que yo consigo mendigar los quarters necesarios para ir a la laundry. Mis calcetines todavía con pareja, viendo la pena de aquellos que sufren la vida en soledad, están comenzando a rebelarse, y amenazan con no dejarse llevar a lavar (y secar) nunca más.


No es que sean mis pies característicos de desprender horribles olores, como muchos otros españoles y españolas, pero la situación se está volviendo insostenible, tanta por el escaso número de parejas felices de calcetines y calcetinas que pueblan actualmente los cajones de mi armario metálico, como por la reticencia de los asustados con pareja a pasar por la secadora.


Con respecto a Schwarzie, por si fuera él, decirle que la amenaza de un nuevo Chernovil se cierne ahora mismo sobre el sur de California. No serán un reactor nuclear, no tendrán la característica principal de desprender olores nauseabundos, pero mis pies podrían solidarizarse con sus amigos y compañeros calcetines para provocar una catástrofe de magnitudes incalculables. La lluvia los lunes por la mañana sería un mal menor para los turistas si se vieran forzados a usar máscaras de gas, en lugar de gafas de sol, para salir a la calle... Algunos creen que el terrible olor que invadía Coruña en mi primer año académico se debía al derrumbamiento del vertedero de Bens, pero la realidad es que el responsable era uno de mis compañeros de piso, concretamente sus pies y calcetines nunca lavados, y mi pies aprendieron la lección para utilizar estos conocimientos si fuera necesario, como pudiera ser el caso.


En lo concerniente a la hipotética pérfida alianza de fabricantes de secadores y calcetines, muy señores míos, entiendo perfectamente los pingües y jugosos beneficios que podrán ustedes estar obteniendo con todo esto. Sé como lo hacen, uno de sus pequeños empleados vive agazapado en la secadora, cazando y alimentándose de calcetines antes felices, quebrando familias y obligando a los sufridos usuarios de máquinas de 25 centavos como el que escribe a comprar de forma continua e infinita miles de pares de nuevos calcetines. Sí, ya ven, los he descubierto, e informaré a las autoridades si no advierten a los pobladores de las dos secadoras de Newport Place que esta zona ha dejado de ser coto de caza para convertirse en zona protegida. No les voy a pedir que devuelvan los calcetines desaparecidos, pero sí que cofirmen su deceso para que sus atormentadas parejas pueden dejar de esperar su vuelta e iniciar una nueva vida. Creo que uno de mis solitarios y roídos calcetines blancos del gimnasio siente algo por una compañera de armario, también terriblemente sola, antes dedicada a vestir elegantemente mis pies para ir a trabajar. Una historia de amor antes imposible podría ser factible ahora. Piensen en ello, como modo de restituir parte del daño que han causado.


Yo, como pueden ver, Swcharzie o pérfida alianza, sigo conservando todos los dedos de mis pies. No se han congelado, ya que están acostumbrados a condiciones más abruptas de vida al otro lado del Atlántico. Tampoco me impiden la entrada en clubes nocturnos. A pesar de ser cacheado, mis largos pantalones ocultan la diferencia de color de mis calcetines. Y, sobre todo, como ven, conservo mi total y absoluta lucidez e inteligencia. No han conseguido ustedes volverme loco, aunque he de reconocer que han estado cerca...



sábado, noviembre 05, 2005

Halloween, o de cuando casi me deportan

Antes de salir de casa el pasado sábado noche (hace ya una semana) tenía una sensación extraña, inhabitual, muy alejada de mi alegría típica cuando nos reunimos alrededor de la mesa en el backyard de Newport Place para tomar algo antes de salir. Mi intuición me aconsejaba no ponerme las lentillas y quedarme en casa tranquilamente, pero prestar atención a una sensación así es complicado un sábado por la noche, sobre todo el fin de semana de Halloween...


Mi roommate, o compañera de apartamento, Judith, se hizo un disfraz con una sábana, un cinturón y una “corona de laurel”. Ella se iba de romana a una fiesta de disfraces (yo también salí “en sábana” a la calle el lunes, pero esa es otra historia), y los demás -Tonecho, Mandy, Laura, Demian, Frederik y yo- al centro, a “nuestro” club de los sábados. Os doy nombres para que podáis seguir con detalle la historia.


Como es habitual, salimos tarde, casi corriendo hacia el centro para tratar de evitar la interminable cola. A mi cámara se le acabaron las pilas poco después de salir de casa, y no pudimos retratar como quisiéramos al inmenso gentío y los muchos y diversos customs que pululaban por Downtown. Cuando llegamos al club, tarde, la cola era interminable. Además, por algún motivo, no estábamos en la lista, lo que significaba pagar los 20 bucks de cavern. El hombre despistado, es decir, yo mismo, se dio cuenta tras 15 minutos en la cola, cerca de la entrada, que había olvidado el pasaporte... Primer olvido; primer, éste leve, error.


En USA, salir a la calle sin identificación es equivalente a ser menor de 21, es decir, “sólo” puedes conducir a partir de los 16, y votar y comprar armas tras los 18, pero “nada” más. Son maduros como para llevar un coche a los 16. Eligen presidente y demás como nosotros, a los 18, pero, ¿entrar en un club antes de los 21? Eso no, por favor, en esos sitios donde la gente bebe alcohol y baila como si estuviera practicando sexo... Es ridículo, pero también lo es que tenga un departamento responsable conjuntamente de la comida y las drogas: “Food and drugs”. Sin comentarios.


Creo que si aparentas más de 30 no te piden el id. Aunque a mí no me queda tanto para ponerme el 3 delante, mi babyface todavía me obliga a mostrar el visado con la foto de máquina de la Embajada Americana en Madrid. El día que no me lo pidan empeceré a sentirme mayor, así que sigo sonriendo con alegría cuando el portero comprueba que el tío de la foto de mi pasaporte se parece a mí.


Con todo, Laura también olvidó el pasaporte y Demian, el amigo americano de Mandy, no llevaba, por lo visto, un “calzado adecuado” para entrar en nuestro club de siempre. La gente entra con zapatillas de deporte en casi cualquier sitio, eso sí, con collar -cuello de camisa o polo-, pero a nuestro portero preferido no le debió gustar la pinta de hip-hop-pero de Demian.


Mandy y Demian fueron a otro club y los otros 4 de vuelta a Newport Place a recoger nuestra cara de fotomatón. Frederik, en la primera decisión acertada de la noche, decidió quedarse a dormir. Cuando volvimos, media hora después, ya no podíamos entrar en el club preferido de Mandy, aquél de la pelea de mujeres en el post “Pressing Catch" [lafiebredeloro.blogspot.com]. Habían tenido otra pelea, esta vez bastante más seria y numerosa, y la policía le había prohibido dejar entrar a nadie después de las 23.30, así como servir copas más allá de las 12.


No nos íbamos a ir a casa, así que tras otra media de hora de line y los 20 € de rigor conseguimos entrar en otro club. A la tercera va la vencida. Entrar en cualquier sitio a las 12, sabiendo que cierran a la 1.30, tras pagar el cavern y sabiendo lo que cuesta una copa es una locura, pero otra vez, era el sábado noche de Halloween...


Cuando encendieron las luces, Laura estaba más “contenta” de lo normal o, dicho sin eufemismos, estaba borracha. Supongo que las alemanas no pueden beber como los españoles. Parecía que la noche se acababa, pero no había hecho más que empezar. Laura había conocido a “Los Albertos” (Koplowitz, Torres Kío, la cultura del pelotazo...) en el club. Esto es, había conocido a dos primos, que no se llamaban Albertos sino Alfonsos. Eran americanos con ascendencia mexicana y estaban empeñados en llevarse a Laura a México, concretamente a Tijuana, a seguir con la fiesta. Tonecho, demostrando que los años de experiencia sirven de algo, en la segunda decisión acertada de la noche, cogió un taxi y se fue a dormir. Yo estaba suficientemente animado para no querer dormir y suficientemente sobrio para no dejar que Laura cruzase la frontera sola con sus dos nuevos amigos. Así que nos subimos al coche (enorme, cómo no) de los Alfonsos, y nos fuimos hacia México, eso sí, tras pasar por los apartamentos, despertar a Mandy y sumarla al grupo. Demian había tenido una bronca y, en la tercera decisión acertada de la noche, también se había ido a dormir.

Cuando llegamos al primer club de Tijuana debían ser las 3.30 de la noche. A los dos siguientes nos acompañaron dos amigas mexicanas. Tijuana, al menos esa noche, no fue como el Rosarito del post más leído de la historia de este blog, así que poco nuevo hay que contar. A pesar de ello, dos días después me enteré, en la cena que Laura nos preparó a Mandy y a mí como agradecimiento por haberla acompañado, que el estómago/vientre de una de ellas (quién es lo de menos) había servido de barra improvisada para el tequila, la sal y el limón de uno de los primos. Por lo visto, me perdí lo mejor lo de la noche.


Tras 3 horas, 3 clubes, 2 mexicanas y muchas cervezas entre pecho y espalda del Alfonso no conductor pero dueño del enorme coche, éste se dio cuenta de que la mexicana que le había tocado en suerte no estaba interesaba en alguien tan borracho como él, y decidió volver a su patria. Nosotros tres y su primo, obviamente, lo acompañamos. Adiós a las amigas mexicanas, adiós a México y, con un poco de suerte, hola a mi cama y a dormir en media horita. Eran casi las 7 de la mañana.


Puede dormir en media hora, sí, pero sólo en el coche. Llevábamos alrededor de una hora esperando para cruzar la frontera cuando uno de los guardias americanos me despertó para pedirme el pasaporte. Con los ojos cerrados conseguí encontrarlo en mi bolsillo del pantalón y volví a recostarme en el asiento. Tras 10 segundos me volvió a despertar: “Where is you ai-twenty?”. “Con el pasaporte”, respondí yo. Pero no, no estaba allí. Segundo olvido de la noche. Segundo, esta vez grave, error.


Los primos americanos-mexicanos tenían un id estadounidense, no les hacía falta. Mandy y Laura están en un intership, no son estudiantes, tampoco lo necesitaban. A mí, con un visado de estudiante F-1 no pueden dejarme entrar en el país sin mi I-20...


Tras un rato de conversación el (extremadamente desagradable) guardia, permitió que mis amigas y los primos pudiesen ir a buscar mi I-20 y volver a recogerme. Eso sí, si no volvían en 40 minutos, a mí me deportaban... A alguien se le puede pasar por la cabeza que puedan deportarle a uno por olvidarse un papel? A mí no, pero el hombre del uniforme y la pistola parecía decirlo en serio.


Pude quedarme en casa a dormir antes de salir. Pude quedarme en casa a dormir, como Frederik, al volver por el pasaporte. Pude quedarme en casa a dormir antes de ir a México, como Tonecho o Demian. Ellos eligieron bien y yo olvidé primero el pasaporte y después el I-20. Por todo ello estaba semi-dormido-durmiendo, de pie, solo, sin poder moverme más de unos metros a un lado o al otro, en frente de una caseta de la policía de frontera entre México y USA, esperando a que mis amigas alemanas volvieran a rescatarme del sábado noche de Halloween.


Después de media hora, mi móvil sonó. Era mi roommate, a quien habían Mandy y Laura para ayudarles a buscar el I-20 en mi habitación. No lo encontraban. Según ellas, no estaba allí. Con lo despistado que soy podría haber ido a parar a la papelera en alguno de mis días de poner orden en mi escritorio. Así que les pedí que siguiesen buscando, mientras yo pensaba en ver a mis amigos vigueses, mi family y los bares de tapas, etc. con dos meses de antelación. Por suerte o por desgracia, finalmente lo encontraron y 20 minutos más tarde Judith y Mandy estaban en el border de nuevo para llevarme a casa.


Sinceramente, no entiendo cuáles son los criterios del proceso de selección para contratar a los guardias de la frontera. La capacidad para ser desagradable, el tono amenazante al hablar y la estupidez deben ser criterios básicos. Tal vez todos juntos. Si no es así, es inexplicable que desde el primer hasta el último minuto nos tratarán de la forma que lo hicieron por haber olvidado un papel. Ni siquiera cuando mis amigas volvieron con la documentación se ahorraron ni una sola de las amenazas y gestos despectivos. Según ellos, me podía retener allí no sé cuántas horas más... O les gustaba mi camisa, o mis amigas o vaya usted a saber. A todos nos dieron ganas de volver a Europa después de aquello, pero está claro que no volveremos a México. No por México, sino para no tener que volver a cruzar la frontera.

PS: Schwarzie, por favor (ya ves que lo pido con educación), suma a mi lista de peticiones unos cuantos guardas agradables y educados en la frontera.