miércoles, marzo 12, 2008

La vida multicolor

Algunos, no muchas, recordaréis una entrada de hace año y medio titulada tal que así: De color de rosa.

En aquel post, os contaba una vida tintada del color de la pantera de ese color, del rojo desteñido de mis sábanas de picadero de soltero coruñés, o del rojo igualmente desteñido de mi camiseta china modelo para mi tatuaje chino. En esta ocasión, mi vida pinta multicolor o, para ser exactos, las próximas 4 semanas pintarán de uno y después, cada 4, de otro distinto o varios combinados...

No es que haya vuelto a mezclar prendas blancas y de color a desteñir en la lavadora, es que... hoy me he ortodonciado! Es decir, por segunda vez en mi vida, tras el fracaso del primer intento hace más de 15 años, me he entregado en cuerpo y alma al uso presuntuoso de un montón de brackets metálicos pegados a mis piezas dentales.

Ortodoncia a los 30 (realmente, 29 y pico) y vida multicolor -alegría-, cómo es eso? Combinación complicada, pero sencilla de explicar, ahora os lo cuento...

En primer lugar, debéis pasar por una semana "complicada" en lo sentimental-sexual-whatever, de esas con citas y fracasos y desencuentros con ligues teóricos, potenciales ligues, antiguos y/o pretendidos líos, etc. En fin, una semana para olvidar desde el punto de vista femenino... O no...

En segundo lugar, debéis afrontar la posibilidad de una travesía por el desierto sexual y sentimental, consecuencia posible de tener un montón de hierros y plásticos en la boca. Es decir, ortodoncia a los 29 y pico... ejem, se me acabó ligar de noche con desconocidas menos borrachas que yo. Con las más borrachas lo tengo complicado también, pero a lo mejor hasta consigo no abrir la boca y me va bien... :)

Por último, debéis ir a la ortodoncista y escoger sin reflexión el color de las gomitas que sujetarán el hilito metálico (o arco) a los brackets. En este caso, el amarillo.

Lo cogéis todo con mucho cariño, lo metéis en un Corolla y lo paseáis durante más de 150 kilómetros de sur a norte, a toda leche y con la música a todo trapo, y al bajar del coche empezaréis la etapa color 1, en mi caso, la etapa amarilla.

Pues sí, niños y niñas, mi etapa amarilla ha empezado hoy y durará exactamente 4 semanas, hasta que pase otra vez por la consulta de la ortodoncista para que me cambie las gomitas, y así una y otra vez hasta que me haga mayor, dentro de muchos meses, paseándome por todos los colores del arco iris y combinándolos al gusto con la ropa de temporada.

Es una etapa esta, la amarilla, de total optimismo, tal vez por afrontar algo desconocido, el cómo será esto de llevar ortodoncia a los 29 y pico. Es increíble cómo se puede estar contento con tanto metal en la boca, pero sí, lo estoy. Mi sonrisa, por fin, brillará como la de los famosos de la tele! O casi...

¿Y por qué el amarillo para esta primera etapa?, os preguntaréis. Pues porque durante un tiempo, durante mi tardía adolescencia previa a los 20, mi vida fue amarilla, como los que me conocían por aquel entonces sabrán y los que no tendrán que imaginar, o preguntarme, o esperar a otro post ;)

En resumen y para concluir, tengo muy buen feeling con esto de mi presente-futuro de vida multicolor... Creo que nos vamos a reír, en mi caso, con destellos color acero inoxidable.

jueves, marzo 06, 2008

Soy un pedante

Es decir, según la RAE: "adj. Dicho de una persona: Engreída y que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad."

Aunque la mayoría diríais "chulo", pero, por favor, no me tildéis de chulo por utilizar la otra palabra. Es que me acaban de calificar con lo primero -pedante-, y por eso el título del post.

A veces no está de más revisarse a uno mismo, idealmente preguntando también a algún otro/a por eso de tener una perspectiva diferente, un poco alejada del espejo y el autoconvencimiento. Pero, ¿qué pasa cuándo te dicen algo así? ¿qué podemos hacer?

Porque es cierto, sí, en determinadas situaciones, sobre todo cuando hay cerca personas del otro sexo, preferentemente rubias pero también morenas en ocasiones, soy un poco/algo/bastante chulo. O un pedante, lo que queráis. Y lo peor de todo es que lo sé...

Tras escucharlo (leerlo) hace un rato, sobre todo después de un montón de palabras de disculpa precediendo el hachazo, acompañando el sílbido del filo al cortar el viento y acercarse a mi pensante cabeza, a un servidor le vienen a la memoria todas las ocasiones en las cuales, directa -a la cara- o indirectamente -por medio de otros- le han llamado "chulo". Y, creedme, no son pocas.

De hecho, podría relatar las ocasiones en que amigas, líos o rollitos de primavera-verano, pretendidas imposibles, guapas de las que ni te miran, confundidas y/o borrachas que tardan un rato en darse cuenta del error o, simplemente, tías, sin más, me han tildado de chulo, engreído y/o pedante. Podría, porque tengo una memoria rarita, de las que se acuerda de estas cosas en lugar de borrarlas para acordarse de otras más agradables... Podría, como digo, pero casi prefiero no aburriros y, de paso, evitar imbuirme en exceso en esta entonación casi lírica del mea culpa...

Y a pesar de recoger el guante, porque soy consciente de toda esta chulería que emana por mis poros, sobre todo cuando hay un posible/pretendido ligue cerca, creo que parte de la culpa, además de mi (creo) ya (casi totalmente :)) superada inseguridad y miedo al error -"cágala sin miedo, ya acertarás"- de hace años, la tiene también un antiguo buen amigo mío.

Decía mi colega de la adolescencia y parte de vida adulta: "Prefiero ser un chulo a un gilipollas". Y debe ser que yo hice esa teoría más mía que suya... Ay, si supieras, querido amigo, cuanto daño han causado esas teóricamente inocuas palabras... He dado con la fórmula para, a veces, ser ambas cosas.

Y no sé si, sabiéndolo, que lo sé, realmente soy consciente de ello. Porque, a pesar de repetírmelo internamente una y otra vez: "javi, cállate un poquito y escuuucha", "javi, no presumas tanto que vas a emplear toda tu pólvora en la primera y última ciiiiita", "javi... coño, ya lo estás haciendo otra vez!?"; no hay manera, no hay forma, de verdad, es superior a mí.

Soy como la niña del Exorcista. Tengo un diablillo demoníaco dentro, pero éste, en lugar de hacerme girar la cabeza 180º y hablar cual fumador empedernido de Celtas de los de antes, abusa de palabras y frases elegidas en el universo de los chulitos redomados, desfila y se exhibe cual engreído león de la selva, a la par que mesa repeditidamente sus/mis engominados cabellos...

En fin, he prometido hacérmelo mirar, a ver si tiene cura o, al menos, remedio temporal durante el primer ratito de compartir cama/cena/café con mis ligues. ¡Si después de unos días se pasa, de verdad, hay testigas!

Este post, simplemente, lo escribo para tener excusa la próxima vez: "Bonita, pero si estoy en ello, no lo has leído en mi blog? Pero si es estupendo! De pequeño quería ser escrito, y gané unos premios, y... (jaaaavi!)" :-)

martes, marzo 04, 2008

Las patas de la cama

"Usted me dio la felicidad, luego me la quitó", decía un paciente de Wilson hace unos minutos en House, la serie médica preferida de un servidor.

Yo hace un par de días he recuperado el placer de dormir a más de unos pocos centímetros del suelo, he decir, he vuelto ponerle patas a mi nuevo somier, nueva cama sustituta de la rota anterior. Dormir a más de medio metro en lugar de a mucho menos no es como la felicidad, pero sí es acercarse un poquito más a ella.

¿Durante cuántos meses habéis dormido en el suelo, o con el colchón en el suelo, a lo largo de vuestra vida? Seguro que no muchos, o al menos no tantos como yo, que llevo unos cuantos entre pitos, flautas, compis saltando encima de mi cama y mi afición por el porno rompe-camas.

Dormir cerca del suelo es toda una experiencia. Al ser sobre un colchón es mejor que ir de camping. Además, por muchas vueltas que dé uno practicando, por ej., el porno rompe-camas (sin cama que romper), se cae uno igual, pero desde más abajo, lo que permite incluso seguir dando vueltas. Por último, y más importante, no hay lugar para el polvo acumulado bajo la cama! Cuántas horas de aspiradora ahorradas...

Me podría extender durante horas con los diferente beneficios, ventajas y bondades de colocar el colchón directamente sobre el suelo, saltándose patas y demás artificios para elevar ese altar del descanso y todo lo que no es descanso.

Y no me resisto a la tentación, sigo. Si te pones a saltar sobre ella... no hace ruído!. Bien, vale, eso me da igual, de echo me gusta hacer todo el ruído posible, soy de los que disfrutan llamando la atención, pero ese colchón en el suelo me trae buenos recuerdos. Ay, lo mucho que se perdió el compi de apartamento de aquella amiga _irlandesa_...

A ver, a ver, si sólo doy mensajes positivos, sobre el colchón sin somier ni patas, ¿por qué he dicho que con patas, a unos cuantos centímetros más del suelo, estoy más cerca de la felicidad?

La respuesta está en el aire, en el que pasa por debajo de las camas con patas y somieres incluídos. Es fácil, tan obvia que casi da vergüenza decirlo... Y es que sin patas, sin somier... chiquillos, sin aire bajo el colchón, sin espacio lleno de polvo acumulado por falta de entendimiento con la aspiradora... ¡no podría volver a romper más camas! Y, después, de qué iba a presumir? :)

Con patas bajo la cama, un bote de Nutella aún a medio consumir y mucha ilusión, ríase usted de los cupones de la once. Ponga un/a rompe-camas en su vida y hágase VIP de los Flex y Pikolin de turno. Be happy.

/PS/ House: "Todo es un asco, más vale encontrar un motivo para sonreír" Si lo diagnostica así de claro, quién soy yo para llevarle la contraria. Asco o no, más vale encontrar un motivo para sonreír. /PS/