Durante muchos años, cada vez que salía de casa a una fiesta de fin de año, mi madre se despedía de mí con la misma frase lapidaria: “No mezcles”. Un “no bebas” hubiera sido tan ingenuo como absurdo, así que su consejo recogía el sentido común mínimo necesario para enfrentarse a una barra libre el último día del año. Como bien sabía mi madre, y yo aprendí a base de resacas, ciertas mezclas no son buenas. Otras, sin embargo, son tan atípicas e increíbles como acertadas.
Este fin de semana me lo he pasado en Extremadura, concretamente en Jerez de los Caballeros, pueblo de 10.000 habitantes en la provincia de Badajoz. El motivo de tamaño viaje ha sido visitar a una amiga -Eva- que en no muchas semanas se volverá a China.
Para el viaje de Vigo a Jerez, a través de Portugal, nos juntamos dos buenas piezas, Gorka y un servidor, a cada cual más despistado. Cuando nos pasamos la salida que marcaba el “mapa-guía-Campsa” de turno, nos lo tomamos con buen humor. Era una consecuencia evidente de sumar despistes tras un volante, y los caminos de cabras en medio del monte en el que acabamos eran una estupenda anécdota para contar al llegar.
Si bien Gorka y yo no somos la mejor pareja para seguir una ruta, sus más de 12 meses en Australia se combinaron perfectamente con mis 17 semanas en California, de forma que las siete horas largas de viaje por autopistas, carreteras nacionales y caminos de cabras portugueses se nos pasaron volando, entre muchas risas, despistes y sandwiches de gasolinera.
En Jerez, a la atípica mezcla de un vasco-vigués-australiano y vigués-coruñés-yankie (cada cual en ese orden) le sumamos, a modo de cóctel “jamesboniano”, agitados pero no revueltos, una viguesa-china-extremeña-inglesa (a saber en qué orden). El resultado fueron dos días de muchas risas, jamones y lomos ibéricos, vinos de la Tierra de Barro, "babas de camello", paseos entre calles de casas blancas, charlas infinitas con acento del sur y largas noches entre muchos amigos y amigas del lugar [flickr.com].
La mezcla resultante, además de acertada, como decía al principio, es tan atípica como increíble, no por las visitas y viajes pasados y presentes de cada uno, ni por el lugar semi-desconocido donde nos juntamos, sino por cómo se originó todo más de diez años atrás.
Gorka y Eva jugaban juntos con 12 años en el parque, pero ni siquiera se recordaban, ya que nunca después volvieron a verse. Gorka y yo nos conocemos desde los 16 gracias a algunos amigos comunes, pero la conversación más larga que habíamos tenido se remontaba al sábado anterior, precisamente planificando esta visita. Eva y yo nos conocemos desde los 14, fuímos compañeros de clase cuatro cursos, pero no empezamos a charlar hasta después de una de esas típicas cenas de COU ocho años después de dejar el instituto (o colegio, en nuestro caso).
Las mezclas, por increíbles, peligrosas o inimaginables que puedan ser a cierta edad, de alcoholes para crear oscuros brebajes o de personas venidas de infancias ya olvidadas, pueden ser también muy divertidas.
En San Diego, cuando me pedía un Long Island [webtender.com], sabía perfectamente que debía pasármelo muy bien para poder compensar la resaca del día siguiente. Sobre Jerez, las 14 horas de coche se compensaron de sobra por el fin de semana y, como resaca, tal vez Gorka y yo nos volvamos a juntar para visitar a Eva de nuevo y, de paso, como excusa perfecta, conocer China.
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