jueves, septiembre 29, 2005

El puente de Rande

San Diego, donde "Padres" no es familia sino equipo de baseball. Un hot dog por $5.50. Los menores de 21 se emborrachan en los partidos de fútbol universitario, donde es mucho más fácil colar una ID falso. La botella de cerveza son $6.50. No conozco a ningún europeo que haya sido capaz de acabar un partido completo, todos se marchan después de un par de horas.


Hoy me ha venido a la cabeza un libro que visité hace ya algunos años, "Madera de boj", de Camilo José Cela. Recuerdo vagamente el argumento y un poco mejor lo curioso de su forma de narrar la historia, apoyada en los naufragios de cientos/miles de barcos en la costa que conecta las dos mitades de mi hogar. Ahora mismo me apetecería volver a abrirlo, creo que podría resucitar el olor a Ría ya tan solo presente en mi memoria. Lo veo, está sobre la estantería de la cabecera de mi cama viguesa, aquella reservada a los libros que merecerían una segunda lectura, los buenos.


En algún lugar olvidado del otro estante, algo más grande, situado justo en la pared al otro lado de la habitación, debería estar la única carta (de amor) que me han escrito en mi vida. El único papel manuscrito dentro de un sobre con mi nombre fuera, más allá de propaganda, multas y respuestas a mis reclamaciones de las multas. N., una amiga de hace muchos años, echaba de menos mis ojos llenos de melancolía. Tenía razón, tal vez no en echarme de menos, pero sí en que soy un tipo melancólico [melancolía - tristeza vaga, profunda y sosegada, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada]. Me sorprendió leer aquello, porque no pensé que fuese tan obvio. En el momento al que se refería, yo llevaba más o menos el mismo tiempo que llevo ahora lejos de casa...


Supongo que me ha atacado la morriña, esa tan característica de los galegos y galegas de toda la vida, igual que me sucedió con 20 años. Por aquel entonces no tenía coche propio. Mis viajes continuos de norte a sur y de sur a norte duraban algo más de dos horas y media, de estación a estación, traqueteando, acurrucado en los no siempre cómodos asientos de regionales y TRDs, dormitando, pensado en el ya citado "vayaustedasaberqué", leyendo o escribiendo relatos cortos revisados en soledad y con poca frecuencia.


El coche lo ha cambiado todo (¿tengo que repetir lo poco que me gusta conducir?), o al menos, las dos horas y media de estación a estación, traqueteos, acurrucamientos y la lectura y escritura de relatos cortos. El dormitar y el "pensar en" lo sigo haciendo, aunque, eso sí, con por lo menos un ojo abierto, ya que todavía no he memorizado todas las curvas de la AP-9 ni han reservado para mí solo cada uno de los 155.000 metros de asfalto.


La hora y media actual de norte a sur cuenta con muchos inconvenientes y un único punto a favor, el cual, sin embargo, traslada a un segundo plano todas aquellas costumbres tan bien mecidas por el tran-tran del caballo de hierro. Durante un (tristemente) escaso kilómetro, la velocidad en la autopista se reduce, de forma efectiva, a un maximo de 80 km/h.. Gracias a un radar estratégicamente colocado al principio (o final, según se mire) de mis frecuentes viajes norte-sur y sur-norte, por unos momentos dejo de añorar mis antiguos acurrucamientos.


A 50 km/h., con las ventanillas abiertas haga frío o calor, llueva o nieve, la música a todo volumen y la pretendida melena al viento, un tipo melancólico esboza una sonrisa amplia y generosa al tiempo que gira la cabeza a un lado y al otro para contemplar estupefacto una parte de su hogar, tras lo cual cierra sus ojos y respira, profundamente, ya inmerso en el mar, mientras cruza el Puente de Rande. Es complicado imaginar cómo es posible condensar tanto en tan poco...


Let's go Padres!. Soy como el resto de europeos. Tampoco he sido capaz de aguantar hasta el final del partido de baseball, a pesar del hotdog con mucha mostaza y el 6-0 que los San Diego Padres le endobasan a los San Francisco Giants mediada la sexta entrada. Normalmente, el fútbol americano y sus touch-downs son más animados (o menos aburridos) que los bateos y home-runs. Eso dicen, yo no puedo constatarlo personalmente porque todavía no he asistido a ningún partido de fútbol yankie, aunque la existencia de las animadoras en este último deporte y no en el baseball me hace pensar en que, al menos durante 5 o 10 minutos, para mí, el "balón" sería más interesante que la pelotita.


En cualquier caso, mis dos amigas alemanas querían volver a Newport Place tras disfrutar las dos primeras horas y casi seis entradas. Yo asentí porque llevaba ya un buen rato inmerso en las aguas del Estrecho de Rande, ése en el que naufragaron muchos de los barcos enumerados por Cela, algunos de los cuales, hundidos en la batalla del mismo nombre -Rande-, dicen, estaban cargados de oro.


Y es que tal vez, sólo tal vez, el "oro" que este vigués-coruñés vino a buscar a California esté esperando oculto en alguno de aquellos galeones hundidos en batalla y, algún día, por casualidad, lo encuentre en uno de mis numerosos viajes y consiguientes inmersiones, con los ojos cerrados, en las aguas bajo el Puente de Rande.

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