martes, octubre 04, 2005

El peor día de la semana

Desde luego, no creo que el lunes por la mañana aparezca en la "lista de momentos preferidos" de mucha gente, pero para mí es claramente el peor de la semana.


Me decía hace tiempo un amigo que la visión de qué día es el peor de la semana va evolucionando a medida que nos hacemos mayores. A mayor juventud, mayor odio por los lunes y amor por los viernes, y viceversa. Así, para los jóvenes e inexpertos, el lunes marcaría el principio de la recuperación (y preparación) hacia el siguiente fin de semana, mientras que para los no tan jóvenes y lozanos, con su energía desgastándose con el pasar de los días, claramente el viernes sería el peor día. Obviamentemente, sábado y domingo son buenos para todos, y ni siquiera son considerados dentro del conjunto de "días de la semana".


Esta "teoría", como tantas otras formuladas con (al menos) un par de vasos de vino tras una opípara comida, la cual fuerza a la sangre que normalmente alimentaría nuestro cerebro y brillantes ideas, a caminar hacia el estómago, no pasará a los anales de la historia ni será recordada, posiblemente, más allá de este blog. Sin embargo, no cabe duda de que es motivo de alegría relacionar los horribles lunes por la mañana con algo tan maravilloso como la juventud y lozanía de quien, según mi amigo, los sufre.


En mi caso, como ya he dicho, el lunes es sin lugar a dudas el peor día de la semana. No sé si porque trabajo poco, con lo cual mi energía no se va desgastando con la semana, o porque salgo mucho, y necesito del domingo más parte del lunes para recuperarme (seguramente un poco de todo); pero mi acostumbrada alegría y optimismo matinal desaparece de forma absoluta 99 de cada 100 lunes, como mínimo, hasta 4 ó 5 horas después de dejar, a regañadientes, el calor inigualable de las sábanas tras el fin de semana.


Esto ha sido diferente aquí en San Diego durante las primeras semanas. Mientras me acostumbraba al jet-lag, cualquier hora de cualquier día era buena, tanto por la nueva situación continua de "zapatos nuevos a estrenar" como por la falta de referencias, pero al haberme acostumbrado a los horarios, el violento choque de levantarse a las 11 del domingo con respecto a las 7 del lunes sigue causando el mismo malestar en mi buen humor que el que provocaba en España (allí era 12-14 el domingo frente a 8.30-9 el lunes, pero esto es lo de menos).


Hoy, a pesar de todo, y siendo la mañana de este primer lunes de octubre tan odiosa como de costumbre, el cielo era más azul y los pajarillos cantaban más alto.


Tras una semana de cierta morriña, comedida tristeza y melancolía (gracias a aquellos/as que me han enviado mensajes de ánimo, cariño, etc.) casi obligada por tantas semanas de sonrisas y alegrías, tocaba ya iniciar una nueva época de subida en esta montaña rusa de sensaciones que es la vida. Como siempre me sucede, de forma inexorable y con horrible precisión suiza desde hace muchos meses, tras cuatro o cinco semanas de terrible alegría y optimismo casi infinito llega la "semana del bajón". No es mal trato el tener una sola semana mala cada cinco o seis...


Hoy por la tarde ha llegado por fin la carta que llevaba esperando desde el jueves pasado. No es esta de amor ni manuscrita, sino simplemente el resultado del examen de TOEFL hecho hace un par de semanas. Obviamente, y reclamo la atención especial de mi hermanita para que siga contándole a mamá lo bien que emplea su hijo preferido el tiempo en San Diego, los resultados han sido (muy) buenos, y este pequeño suceso académico ha contribuido a elevar un poco la velocidad del carromato que escala la pendiente de la montaña rusa.


Ha habido muchas otras cosas que han contribuido a mi cara sonriente y un tanto estúpida de última hora de la tarde del peor día de la semana. Por ejemplo, el poder haber hablado o intercambiado emails con alguno de mis amigos vigueses (bouzadita, trish, ¿pablito-dj dónde andas?, etc.), tras varias semanas de desconexión total; o un buen fin de semana de playa y clubes nocturnos, cuando por fin, parece, hemos encontrado "el club" definitivo, donde todos los diversos y exigentes gustos musicales de mis amigas alemanas en Newport Place parecen estar bien cubiertos...


En resumen, como bien es sabido, después de la tormenta siempre llega la calma. Aunque en mi caso, debo decir, lo bueno no es la calma sino la nunca suficientemente bien valorada tormenta.


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