domingo, octubre 30, 2005

San Francisco: qué hay de bueno en las ciudades?

Antes de nada, si tuviera que dar mi opinión sobre San Francisco desde el punto de vista de un turista, me gustaría subrayar que es un lugar increíble. En la modesta opinión de un vigués-coruñés buscando “oro” en California, es una de esas visitas obligadas para cualquiera al que le guste ver ciudades, hacer fotos y, lógicamente, pueda permitírselo. Sin embargo, a mí me cuesta terriblemente escribir sobre las bondades arquitectónicas y similares de los sitios, por bellos que sean.


San Francisco, según dicen y he comentado en alguna ocasión, es la ciudad más europea de la coste oeste estadounidense. Lo único que yo puedo decir, al no haber estado hasta el momento en más lugares en USA, es que San Francisco, sin lugar a dudas, tiene un aspecto más europeo que San Diego. Amplias aceras, árboles en las calles, la mayor “colección” de casas de estilo victoriano del mundo, un ir y venir de gente que no cesa aún cuando cae la noche, estupendos museos de arte moderno...


Con todo, como es habitual en mí, no me han llamado tanto la atención el skyline, el Golden Gate o las terribles cuestas (lo de Vigo no son cuestas al lado de estas, creedme o ved las fotos en flickr), como otras cuestiones relacionadas con la gente y diversas situaciones llamativas, a pesar del poco tiempo (3 días) que he pasado allí.


La primera mañana, desde el embarcadero, intentando otear el Golden Gate en el horizonte, sin saber cuál de los numerosos puentes sobre la Bahía de San Francisco sería el adecuado, se me acercó un patinador preguntando de dónde era. Cuando alguien se te acerca de ese modo, sin motivo aparente, cuando claramente eres un turista o “guiri” en un lugar típico para tales especímenes, mi naturaleza desconfiada hace que me ponga en guardia, comprobando que la cartera sigue en su sitio mientras busco al otro patinador y posible cómplice. Sigo sin aceptar que mis pintas no son como para convertirme en objeto de robo para ningún "caco" con dos dedos de frente, y sigo también sin acostumbrarme a lo amigable (friendly) que es la gente en Estados Unidos. Josh estaba disfrutando de la bahía con su novia, la cual apareció minutos más tarde, también en patines, y estuvo charlando un buen rato con nosotros, interesándose por nuestra vida en USA y recomendándonos algún lugar digno de visita. De verdad, me impresiona enormemente el carácter extrovertido y sociable de la gente aquí, sea en San Francisco o en San Diego, pero esto impresión positiva se combina con lo negativo de su aparente falta de interés real en compartir tiempo más allá de conversaciones educadas, pero vacías.

Ayer noche me confirmaba Julie, chica de Ohio “emigrada” a San Diego, que en su tierra la gente es totalmente diferente, menos superficial... Supongo que volveré a casa sin saber de verdad cómo es la gente de USA.


Hace alrededor de una semana sabíamos por las noticias que tres niños/adolescentes se había ahogado en el embarcadero de San Francisco. Estaban borrachos y se cayeron al agua. La zona seguía con el cordón policial y en un banco cercano había varios peluches, algunos juguetes, flores y notas manuscritas. Me hubiera gustado sacar una instantánea del marco, pero a una de mis amigas le parecía una falta de respeto y a mí no me apetecía explicarle en inglés mi vocación de “fotógrafo sociológico”. Además, esas imágenes acostumbro a retratarlas mejor en mi memoria que en los propios negativos. Era el pier 39, muy cerca de donde salen lo barcos hacia la isla donde se sitúa la antigua prisión de Alcatraz.


A medida que nos acercábamos a la isla, en un barco como esos que cruzan la Ría de Vigo (porque la siguen cruzando los mismos barcos, no?) destino a Cangas o Moaña, teníamos la oportunidad de retratar el skyline de la city, así como el Golden Gate y los demás puentes sobre la Bahía. Apetecía quedarse allí de pie, al borde del barco, con la mirada perdida bajo el cielo gris y con la brisa marina dando buenos motivos para esbozar una sonrisa de tipo melancólico. Sin embargo, en pocos minutos estábamos a los pies de la antigua prisión, donde hace más de 40 años recluían a los presos más peligrosos y problemáticos de Estados Unidos. Clint Eastwood fue el protagonista de Escape from Alcatraz, narrando la única fuga exitosa (o no, creen que se ahogaron en la Bahía, aunque nunca encontraron los cadáveres) de la historia de la prisión. Con todo, lo más interesante, para mí, no eran los personajes famosos ni caminar por Broadway, el pasillo central de celdas, sino saber que los nativos (indios) americanos habían ocupado el peñón como forma de reinvidicación política y social durante más de 19 meses. En su “Proclamación al Gran Padre blanco y a toda su gente” mencionaban que Alcatraz les recordaba a una reserva india porque estaba aislada de las comodidades modernas, su suelo era rocoso e improductivo y la tierra no daba alimento a los animables de caza. Como casi todas estas reinvidicaciones ante la injusticia, al principio tuvieron repercusión en los medios, y con el paso del tiempo la fueron perdiendo en favor de cualquier otro tema de actualidad. En todo caso, aumentaron la conciencia del ciudadano medio sobre los problemas y circunstancias de los indios americanos, pobladores originales de América del Norte.


En cualquier caso, lo mejor y más divertido del viaje, a parte de la compañía, fue sin duda, la pumpkin party a la que nos invitaron en Berkeley. Nunca pensé que sentarse en el suelo a vaciar, dibujar y recortar calabazas pudiera ser tan entretenido, ni pudiéramos reirnos tanto haciéndolo tras solo una cerveza. Es increíble la importancia que le dan en USA a Halloween. Llevamos todo el mes rodeados de calabazas, arañas, telarañas y brujas por todas partes, e incluso hay gente que se disfraza para ir a trabajar.


Al final, para responder de verdad sobre si me ha gustado San Francisco, como le comentaba a Jessie -el hijo del amigo del padre de Laura, quien nos invitó a la fiesta- cuándo me preguntaba si me gustaba vivir en San Diego, no soy alguien capaz de medir lo mucho o poco que me gustan las ciudades por el clima, la comodidad de moverse de un lado al otro o cualquiera otra de esas cosas. Para mí, al final, siempre se reduce a con quien estoy en cada lugar, y lo mucho que puedo aprender o disfrutar de la compañía, sea en el Polo Norte, la cima del Teide o el sofá de mi casa viguesa. Sobre San Francisco, a pesar de de lo mucho que le gusta hablar alemán a mis amigas alemanas, mi respuesta es sí, me ha gustado. Sobre San Diego, como le dije a Jessie, lo echaré de menos.


Cuando volvimos de San Francisco, ya en San Diego, tras la cena de despedida de Christina, me tocó acompañarla en la caminata de vuelta para buscar un cajero y sacar el dinero para el taxi al aeropuerto del día siguiente. Por el camino se empeñó en rebuscar en su cartera toda la calderilla yankie que había acumulado en sus tres semanas aquí, para poder dárselo a algún homeless antes de irse. No es que falten personas sin hogar en San Diego (ni en SF, algún día tengo que escribir sobre esto), pero no encontramos a nadie hasta que localizó a alguien durmiendo en un portal oscuro ya muy cerca de Newport Place. Supuse que seguiría caminando, pero al momento se arrodilló para despertarlo y explicarle que estaba de visita, se iba al día siguiente y, aunque no era mucho dinero, quizás podría servirle de ayuda... El hombre, bastante demacrado y, supongo, aparentando más años de los que tenía en realidad, por eso vivir a la interperie, le dio las gracias con la misma cara de asombro que yo tenía. Tal vez no sea algo excepcional, como para asombrarse, pero ciertas cosas, hechas con tanta naturalidad, sí son sorprendentes para mí.


Supongo que nunca seré un buen escritor para catálogos de turistas. Mi respuesta, a la pregunta del título de este post, coincidirá con la de muchos de vosotros/as: la gente que vive en ellas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola de nuevo, soy la chica española que está pasando el año en Pensilvania. Tu historia-experiencia me ha dejado totalmente alucinada. Cierto es que los policias de la frontera sea por tierra sea por aire no son muy hospitalarios y a uno/a le pasa por la cabeza dar marcha atrás y regresar a casa. Lo de los night clubs en este pais llamado USA y su política de no permitir la entrada a los menores de 21 es una de las mayores contradicciones con las que me he visto envuelta. Me ha resultado inevitable sonreir cuando comentas tu olvido del pasaporte la noche de Halloween. A mi me pasó ayer viernes. No había quien convenciera a ese portero para poder entrar. Le enseñé el DNI español por ser lo que llevaba encima pero que no y fue no. Pude comprobar que es una pérdida de tiempo intentar razonar con ellos. Fuimos 2 los que nos quedamos a las puertas.Por favor, si tengo 24, los 21 los dejé hace tiempo. Pues ya ves, me fui bien contenta hacia la parada del bus con el que llegar a casa. Era demasiado tarde como para ir a por el pasaporte y regresar a downtown. Me fui a la cama.
Un saludo desde la costa este.
Mariona

javivázquez dijo...

hola mariona!,

no es que yo me vaya a poner a defender a los porteros a mis años, pero lo cierto es que no puedes razonar con ellos (y convencerlos) pq si te dejasen entrar con tu DNI español estarían vulnerando la ley.

Es ridículo esperar hasta los 12 para entrar en un club, en eso estamos totalmente de acuerdo.

Lo peor de todo es arriesgarse a perder el pasaporte teniendo que llevarlo por la noche. Perderlo equivale a un montón de pbs. Lo mejor es que solicites un id del estado en que estás. Es barato y, normalmente, rápido. Yo no lo he hecho, y ahora ya no vale la pena, pero debería haberlo pedido a la semana de llegar.

javi